Ningún día de la vida de Carlos Telón es igual al anterior. Es lunes por la mañana y tiene que planear las actividades de la semana. Su abultada agenda incluye tareas como preparar el taller de Adaptación de la Infraestructura al Cambio Climático, ir al Instituto de Fomento Municipal de Guatemala, la entidad que financia la Mancomunidad Sureña que él dirige; llevarle recibos al contador y revisar el acta de la reunión de alcaldes. Carlos es un luchador social y ambiental con una vida de compromiso: a sus 64 años, ha trabajado la tierra, ha sido funcionario público, ha recorrido el mundo y hasta ha recibido balazos. Y en estos días, se enfrentará a una nueva dificultad: la erupción del Volcán de Fuego.
Carlos Telón en su casa de San Miguel Petapa.
“Yo soy campesino. Tengo estudios pero no tengo una profesión y desde hace mucho tiempo trabajo con personas en el ámbito del campesinado”. Carlos nació en el municipio de Iztapa, que junto con Escuintla, Guanagazapa y San José conforman lo que hoy es la Mancomunidad Sureña, una de las 37 que existen en Guatemala. Las mancomunidades, que son alianzas entre municipios, empezaron a formarse en la década de los noventa a partir de la necesidad de conseguir financiamiento internacional. De modo que, ante la necesidad de obtener recursos, en el 2005, formó la Mancomunidad Sureña de Guatemala y comenzó su trabajo por el desarrollo de los municipios del sur.
La historia de Carlos se entrelaza con la historia campesina de Guatemala, tanto por sus tragedias como por sus victorias. “Estuvimos nueve años luchando para que el gobierno nos cediera tierras. Éramos ochenta campesinos pero a nivel nacional éramos como trescientos. Nosotros íbamos al que era el Instituto de Transformación Agraria a gestionar y gestionar y gestionar hasta que al final lo conseguimos: el gobierno nos dio unas tierras que eran de Puerto Quetzal, una empresa estatal”. Así, Carlos obtuvo una parcela en el departamento de Suchitepéquez, allá por el sur occidental guatemalteco. “Yo arreglé bien mi parcela, la cultivé, la puse bonita. Luego la vendí y me compré un terreno en Iztapa, mi municipio. Y eso nos ha dado sustento. Ahí tenemos cocos, mango, limón y maíz”.
Pero también está la otra realidad, la de violencia, pobreza y exclusión que ha marcado la historia de las comunidades rurales en Guatemala. Durante casi doscientos años, los campesinos y los indígenas estuvieron por fuera de todo: sin educación, sin salud, sin derechos y sin tierra. Apenas eran mano de obra para las grandes transnacionales exportadoras de banano, un fruto típico de América Central que, a la vez, fue su perdición.
La violencia, que en Guatemala tomó la forma de un conflicto armado de más de tres décadas que ha desangrado a la nación, también repercutió en la vida de Carlos. En el 2005, dos sicarios intentaron asesinarlo a balazos. Por milagro, sobrevivió al ataque, pero estuvo en estado crítico. Él dice que fue un coronel del ejército quien dio la orden de matarlo, pero no dice más. ¿Quién es ese personaje? ¿Está detenido? No. Nunca hubo justicia. Carlos prefiere dejar la historia ahí, sin más detalle: “Yo lo encaré y aclaramos las cosas. Esa herida ya sanó y no vale la pena revivirla; la justicia terrenal tiene sus falencias y por eso lo ponemos en manos de la justicia divina. Esas historias suceden en todo el planeta y las sufrimos todos los que buscamos una justicia social”.
Floridama Roldán, esposa de Carlos, en su parcela cultivada con maíz.
Carlos dice que la preocupación por los temas ambientales le vino por inercia. Lo cierto es que quienes tienen una relación tan cercana con la tierra son quienes más reconocen la necesidad de protegerla. Cuando Carlos comenzó a trabajar por su comunidad, no estaba pensando en el cambio climático, pero tenía muy clara la necesidad de reforestar. “Primero empezamos a reforestar por convicción, sin saber si era por cambio climático ni nada. Pero como campesinos sabemos que hay que mantener la flora, la fauna, cuidar nuestros ríos. Tenemos mucha agua en Guatemala y en especial en la costa, pero hay que cuidarla, porque no todo el tiempo va a estar ahí”.
Si acaso hay una manera de transmitir esa necesidad de cuidar la naturaleza, para Carlos es con el ejemplo. Así, en su propia parcela de tres manzanas se puso a cultivar árboles: tiene un pequeño bosque de caoba, melina, eucalipto, puntero y matilisguate. Además sembró árboles intercalados entre sus cultivos. “Trabajando con árboles les enseñamos a los campesinos que sí se puede trabajar con árboles”.
Pero el trabajo está también en la naturaleza salvaje. Guatemala es un país rico en manglares: tiene más de trece mil hectáreas a lo largo de sus costas pacífica y atlántica. Los manglares son bosques tropicales en donde reina una especie: el mangle. Ellos son los guardianes de las costas; marcan el final de la tierra y el principio del mar. Son el hogar de miles de especies vegetales y animales; especies marinas y terrestres que conviven en un mismo ecosistema que se encuentra en esa parte del mundo y solo esa. Pero poco a poco se están agotando, principalmente por la actividad agropecuaria y por la explotación maderera. Pero Carlos no se quedó de brazos cruzados ante la pérdida del manglar: se puso a reforestar. “Está bien que saquemos madera del manglar, pero también sembremos el manglar. No lo destruyamos”. Y, otra vez, predica con el ejemplo.
Jornada de reforestación junto con empleados de la empresa Duke Energy.
Carlos está casado y tiene seis hijos, cuatro hombres y dos mujeres, que en su mayoría viven en la costa sur de Guatemala. Uno de sus hijos vive en Estados Unidos y una de sus hijas, en España. Pero los demás trabajan la tierra heredada de su padre con el mismo rigor con que lo haría él mismo. Pero él desde hace seis años que se dedica completamente a la Mancomunidad. “La Mancomunidad somos tres personas: un contador, una secretaria y yo”. Eso es todo. Y ahora, se enfrenta a un gran reto: cómo tratar los residuos sólidos.
Gira por Alemania y Dinamarca junto con Intendentes de la RAMCC. A la derecha: el Alcalde de Iztapa y presidente de MASUR, Mario Rolando Mejía, y su hija. Centro: el Alcalde de Guanagazapa, Weimer Wuilfredo Reyes Castillo vice-presidente de MASUR. Atrás: el Ing. Antonio Eduardo Montepeque Berthet, Concejal de Escuintla y secretario de la Junta Directiva de MASUR. El tercero de la izquierda es don Sergio Mauricio Enríquez Monzón, Concejal de San Jose y tesorero de MASUR.
En la actualidad, los residuos de los municipios se depositan en vertederos a cielo abierto y eso representa un riesgo enorme para la salud y el ambiente. Carlos recuerda que el problema de los residuos fue incluso una de las motivaciones que dio origen a la Mancomunidad. Y, enseguida, vuelve a su agenda: “Ahorita estamos en pláticas con una empresa argentina que se llama FerioliEco que compacta la basura y luego la embolsa para poder enterrarla. También estuve hablando con las Unidades de Gestión Ambiental de los municipios para empezar a criar lombrices coquetas rojas y así poder fabricar nuestra composta con los residuos orgánicos. Los agricultores están muy entusiasmados pero por eso tenemos que empezar a trabajar nosotros, para que ellos vean que hacemos algo. ¡Y hay mucho por hacer!”
Carlos en la Quinta Conferencia sobre Decentralización de Fondos, en Bruselas, invitado por la Unión Europea.
La gestión, el trabajo comunitario, la convicción y la firmeza han llevado a Carlos a tocar mil puertas. Como representante de la Mancomunidad, ha forjado vínculos con la Red Argentina de Municipios frente al Cambio Climático, con Ecología y Desarrollo o ECODES, con el Instituto Privado de Investigación sobre Cambio Climático o ICC y con la Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo Internacional o USAID por sus siglas en inglés. Ha viajado a Madrid y a Barcelona, junto con los alcaldes, para conocer el trabajo de esos municipios. Ha estado en Bélgica y en Estados Unidos. El año pasado, Carlos se enteró de que Guatemala tenía una Contribución Nacional Determinada, o NDC por sus siglas en inglés, y lo primero que hizo fue levantar el teléfono para llamar al Ministerio de Ambiente y que le informaran al respecto. Así, fue conectándose con otras instituciones del mundo que trabajan en material climática. Dentro de un mes, la Mancomunidad tendrá su Inventario de Gases de Efecto Invernadero y con él podrá ingresar al Global Covenant of Mayors, o Pacto de Alcaldes, para sumarse a otro proyecto global de lucha ante el cambio climático.
Hace ya años que Carlos se dedica de lleno a la gestión. Durante ocho años fue funcionario de Iztapa y está muy orgulloso de su trabajo: “Gracias a nuestra gestión, Iztapa es uno de los municipios más desarrollados de Escuintla. Nosotros trabajamos también en paisajismo urbano: construimos calzadas, plantamos palmeritas; lo pusimos muy bonito. Ahorita estamos cambiando el alumbrado: estamos reemplazando las lámparas de mercurio con lámparas de sodio. La led salía muy cara pero por lo menos con sodio ya estamos ahorrando”. Desde hace seis años, Carlos dirige la Mancomunidad Sureña. “Hasta que me echen” dice y se ríe.
Carlos está en su casa de San Miguel Petapa trabajando con la computadora y con internet. Vino de la finca en Iztapa y aprovechará estos días para mandar todos los correos que tiene pendientes, reunirse con funcionarios y organizar el Taller del jueves. Sin embargo, hoy le está costando más que nunca tener la atención de los alcaldes porque todos están concentrados en un solo evento: el 3 de junio, el Volcán de Fuego hizo erupción, afectando gravemente al municipio de Escuintla. Hoy, a un mes de la erupción, se han registrado 113 personas fallecidas y se estiman más de 300 desaparecidas.
“El volcán todos los años tiembla, estornuda, echa ceniza y había hecho algunas erupciones fuertes pero siempre tiraba la lava para el otro lado.” Esta vez, la lava fue a parar a las comunidades sureñas de San Miguel Los Lotes, El Rodeo, Tablones, las Lajas y La Reina. Carlos cuenta que mucha gente se negó a evacuar sus casas, por arraigo y por no ver la gravedad del problema. Incluso algunas personas que se acercaron al lugar de la erupción para sacar fotos y filmar perdieron la vida ahí mismo. Y es que una erupción volcánica es un espectáculo digno de ver. Pero de lejos.
Los equipos de rescate buscan cuerpos y supervivientes en una de las zonas afectadas por el volcán de Fuego en Guatemala (Stringer / Reuters)
Para Carlos, todavía falta conciencia en la sociedad sobre los riesgos que enfrenta Guatemala y su vulnerabilidad ante los riesgos ambientales, como una erupción volcánica, un terremoto o el cambio climático. “El noventa por ciento de Guatemala es vulnerable. Nosotros somos un país altamente vulnerable y estas cosas van a pasar: los volcanes, los ríos, los terremotos… Hace años ya que tuvimos un terremoto tremendo, que dejó 40 mil muertos. Solo en la comunidad de Chimaltenango, 25 mil personas perdieron la vida porque las casas eran de adobe. Ahora con el cambio climático: suponete que el mar crezca. Ixtapa está a la orilla del mar. ¿Qué acciones vamos a tomar para proteger a nuestra gente? Hay que hacer respingones, construir los muros para que el mar no azote la costa. Todo eso hay que verlo pues inminentemente va a pasar”.
Por eso Carlos sigue firme en la Mancomunidad, trabajando por el amor a su gente. “Yo lo hago porque me nace del corazón, no por obligación. Lo hago con mucha voluntad, porque es cierto que me pagan un sueldo, pero yo pongo mi computadora, mi internet, mi teléfono, mi carro, mi combustible, pago mis impuestos. Y ahí vamos”.
Trabajo de campo en el vivero Forestal de Guanagazapa. A la izquierda el Ing. Héctor Gutiérrez, delegado departamental del Ministerio de Ambiente; de pie Carlos; sigue el Ing. Juan Andes del ICC; sigue el Ing. Julio Mesa, de la empresa Duke Energy y personal Municipal recibiendo capacitación sobre viveros.
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El ímpetu de Carlos es el motor que mueve la Mancomunidad. Un ímpetu motivado por el amor hacia su gente y hacia la naturaleza. Y por una forma de entender la vida que va más allá de cualquier conocimiento. Tiene que ver con la conciencia de que la única manera de alcanzar el buen vivir es en armonía con la naturaleza.
Los alcaldes de la Mancomunidad hoy están trabajando en asistir a las víctimas y en abastecer los centros de acopio. La erupción del pasado 3 de junio tiene todavía en vilo a Guatemala. Los municipios están lidiando con cientos de muertos y miles de evacuados. Es una verdadera tragedia y por esto los gobiernos municipales han pausado la acción climática. Sin embargo, el trabajo de la Mancomunidad no se detiene. En los tiempos de crisis, la acción climática es más importante que nunca, ya que son justamente esas crisis las que muestran la vulnerabilidad en su lado más descarnado. Pero, lejos de desanimarse, para Carlos es una motivación que lo impulsa a construir esa comunidad de bienestar, pacífica, abundante y justa que toda su vida soñó.
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Web de la Mancomunidad Sureña (MaSur)
Facebook de la Mancomunidad Dureña (MaSur)
Texto: Yanina Paula Nemirovsky